El
compromiso con Jesús, que constituye el núcleo del bautismo, supone una ruptura
con la escala de valores propia de la sociedad injusta y explotadora, ruptura
inspirada por el amor a la humanidad. Incluye además la adhesión a Jesús como
persona y como encargado de una misión. Este cambio de lealtad y de orientación
en la vida, confirmado y potenciado por la comunicación del Espíritu, puede llamarse
un nuevo comienzo, que Juan expresa bajo el símbolo del «nacer de nuevo».
La
misión que Jesús se propone llevar a cabo es hacer posible una nueva sociedad
humana, una sociedad alternativa, la que en términos teológico s se llama «el
reino de Dios». En los ambientes judíos se pensaba que sería el Mesías, el
Ungido por Dios, quien debía realizar esa empresa. Se concebía ordinariamente
como la restauración de la monarquía davídica, que conllevaría la derrota y
sumisión de los paganos y el imperio universal de Israel.
El pasaje de Juan que queremos comentar para
penetrar el sentido del nuevo nacimiento está precedido de otros dos episodios
que presentan los supuestos de la nueva realidad. El primero es el de la boda
de Caná (2,1-11); el segundo, el de la manifestación mesiánica de Jesús y la
denuncia del templo (2,13-22) (1).
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(1). Conferencia
pronunciada en la Cátedra de Teología Contemporánea, Colegio Mayor Chaminade (Madrid),
en enero de 1987.
1 Para la
exégesis aquí propuesta, véase]' Mateos-]. Barreto, El Euangelio de Juan.
Análisis lingüístico y comentario exegético, 2ª edición., Madrid 1982.
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