miércoles, 27 de marzo de 2013

II. EL NUEVO NACIMIENTO. El reino de Dios y la Ley.



En el texto que acabamos de exponer comienza el cap. 3 de Juan. Expone en él otra reacción a la actuación de Jesús durante las fiestas de Pascua, que va a servir al evangelista para desarrollar la idea del nuevo nacimiento (J n 3,1-12). 

El personaje que presenta Juan 0,1) no es un hombre cualquiera. Por su afiliación religiosa, es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el hombre. Es el primer rasgo que señala Juan, antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. El nombre del personaje es también indicativo: Nicodemo significa «el que vence al pueblo». Pero, además, Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un «jefe», título que se aplicaba particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42). 

Los fariseos tenían gran influjo sobre el pueblo por su fama de observancia y religiosidad. Esperaban y deseaban el reino de Dios, pero no por medios violentos, sino a través del cumplimiento exacto de la Ley, cuya observancia aceleraría la llegada del Mesías y, con él, la del reinado de Dios. 

Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir, por tanto, un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley, entendida en su sentido religioso y humano como sabiduría, norma de vida y medio de perfección para el hombre. La actuación de Jesús durante las fiestas de Pascua había provocado un movimiento de adhesión incluso en las altas esferas.
Impresionado por la actuación de Jesús, Nicodemo quiere manifestarle que él y otros como él están de su parte. Se dirige a Jesús con el título honorífico «Rabbi» (3,2), usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley. En nombre de un grupo expone la convicción a que han llegado: que has venido de parte de Dios como maestro. En el uso judío, «maestro» era aquel que, a partir de la Ley, mostraba el camino de Dios. El fariseo, adicto ferviente de la Ley, ve en Jesús un maestro excepcional. 

Sin embargo, hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. Aunque ha sido reconocido por maestro (1,38), no se ha pronunciado en ningún caso en favor de la Ley ni ha exhortado a su cumplimiento. Es más, en la escena de Caná el evangelista ha expuesto la sustitución propuesta por Jesús de la alianza basada en la Ley por otra basada en el Espíritu. 

En realidad, Nicodemo proyecta sobre Jesús la idea farisea de Mesías. Jesús se ha manifestado como Mesías en el templo, y la escuela farisea veía en el Mesías un maestro y legislador semejante a Moisés, «el maestro de Israel». Nicodemo reconoce la superioridad de Jesús, pero lo coloca en una categoría a la que él y otros pertenecen: es el Mesías-maestro avalado por Dios para interpretar la Ley y a su servicio. Este Mesías llevaría a cabo la reforma e instauraría el reinado de Dios enseñando a los israelitas la perfecta observancia de la Ley de Moisés. No comprenden el cambio radical que propone Jesús; esperan la continuidad con el pasado. 

Para los fariseos, la Ley es el camino hacia Dios, su observancia es vida y toda esperanza de mejora se cifra en el conocimiento y fidelidad a la Ley. Ella, como norma, es la educadora del hombre y la que le permite llegar a ser lo que Dios espera de él. El renacimiento de la nación y su prosperidad habían de venir de su aplicación escrupulosa, por reflejar ella la voluntad de Dios. Para ellos, en la Ley estaba el porvenir de Israel.

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