En el
texto que acabamos de exponer comienza el cap. 3 de Juan. Expone en él otra reacción
a la actuación de Jesús durante las fiestas de Pascua, que va a servir al evangelista
para desarrollar la idea del nuevo nacimiento (J n 3,1-12).
El
personaje que presenta Juan 0,1) no es un hombre cualquiera. Por su afiliación
religiosa, es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada
como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el hombre.
Es el primer rasgo que señala Juan, antes del nombre mismo. Nicodemo se define
como hombre de la Ley antes que por su misma persona. El nombre del personaje
es también indicativo: Nicodemo significa «el que vence al pueblo». Pero, además,
Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un
«jefe», título que se aplicaba particularmente a los miembros del Gran Consejo
o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados
fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del
Consejo (12,42).
Los fariseos
tenían gran influjo sobre el pueblo por su fama de observancia y religiosidad. Esperaban
y deseaban el reino de Dios, pero no por medios violentos, sino a través del
cumplimiento exacto de la Ley, cuya observancia aceleraría la llegada del
Mesías y, con él, la del reinado de Dios.
Nicodemo
habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La
escena va a describir, por tanto, un diálogo de Jesús con representantes del
poder y de la Ley, entendida en su sentido religioso y humano como sabiduría, norma
de vida y medio de perfección para el hombre. La actuación de Jesús durante las
fiestas de Pascua había provocado un movimiento de adhesión incluso en las altas
esferas.
Impresionado
por la actuación de Jesús, Nicodemo quiere manifestarle que él y otros como él
están de su parte. Se dirige a Jesús con el título honorífico «Rabbi» (3,2),
usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley. En nombre de un grupo
expone la convicción a que han llegado: que has venido de parte de Dios como
maestro. En el uso judío, «maestro» era aquel que, a partir de la Ley, mostraba
el camino de Dios. El fariseo, adicto ferviente de la Ley, ve en Jesús un maestro
excepcional.
Sin
embargo, hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación
de su persona. Aunque ha sido reconocido por maestro (1,38), no se ha pronunciado
en ningún caso en favor de la Ley ni ha exhortado a su cumplimiento. Es más, en
la escena de Caná el evangelista ha expuesto la sustitución propuesta por Jesús
de la alianza basada en la Ley por otra basada en el Espíritu.
En
realidad, Nicodemo proyecta sobre Jesús la idea farisea de Mesías. Jesús se ha
manifestado como Mesías en el templo, y la escuela farisea veía en el Mesías un
maestro y legislador semejante a Moisés, «el maestro de Israel». Nicodemo reconoce la superioridad
de Jesús, pero lo coloca en una categoría a la que él y otros pertenecen: es el
Mesías-maestro avalado por Dios para interpretar la Ley y a su servicio. Este Mesías
llevaría a cabo la reforma e instauraría el reinado de Dios enseñando a los
israelitas la perfecta observancia de la Ley de Moisés. No comprenden el cambio
radical que propone Jesús; esperan la continuidad con el pasado.
Para
los fariseos, la Ley es el camino hacia Dios, su observancia es vida y toda
esperanza de mejora se cifra en el conocimiento y fidelidad a la Ley. Ella, como
norma, es la educadora del hombre y la que le permite llegar a ser lo que Dios espera
de él. El renacimiento de la nación y su prosperidad habían de venir de su
aplicación escrupulosa, por reflejar ella la voluntad de Dios. Para ellos, en
la Ley estaba el porvenir de Israel.
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