La
metáfora del nuevo nacimiento ha mostrado la ruptura del hombre con un pasado
o, mejor, de modo positivo, la potenciación del hombre, la nueva posibilidad
que se le abre. Ha hecho ver que la plena creación o personalización del hombre
solo se verifica cuando éste, gracias a su opción previa por la vida y el amor
a todos, adquiere la nueva capacidad de amar que llamamos Espíritu. También,
que solamente con hombres que se han colocado en este nivel puede construirse la
sociedad humana alternativa según el proyecto de Dios. La nueva, actitud de
amor no está vinculada a un pueblo o círculo ni está limitada por ellos; es
universal y derriba las fronteras entre los hombres. Da libertad al hombre,
sacándolo del determinismo de la sociedad y de la cultura propias. Hombres así
se salen de las categorías habituales y no son entendidos por los que viven en
la esfera de «la carne».
Hay otros
pasajes en el evangelio de Juan que completan esta visión del hombre nuevo,
movido por el Espíritu/amor. Uno de ellos es el episodio de la samaritana (Jn
4,5-26).
En,
este episodio aparece una mujer, representante de la Samaría heterodoxa y
despreciada por los judíos, que va a buscar agua en el pozo de Jacob. En la
tradición judía el pozo se había convertido en una figura de la Ley, que proporcionaba
agua/vida. Jesús ofrece a aquella mujer un agua diferente, el agua
viva/vivificante, símbolo del Espíritu. Se tiene de nuevo la oposición
Ley-Espíritu, que viene subrayándose desde el principio del evangelio (cf 1,17).
He aquí
las palabras de Jesús a la mujer (]n 4,13s): Todo el que bebe agua de ésta
volverá a tener sed, en cambio, el que haya bebido del agua que yo voy a darle,
nunca más tendrá sed, no, el agua que yo voy a darle se le convertirá dentro en
un manantial con agua que salta dando vida definitiva.
Jesús
muestra en primer lugar la insuficiencia del agua/ Ley; es un agua que nunca
quita definitivamente la sed. Se trasluce en estas palabras el rechazo de Jesús
a la sabiduría basada en la Ley, tal como se expresa en Eclo 24,21-23: «El que
me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no
fracasará, el que me pone en práctica no pecará. Todo esto es el libro de la
Alianza del Altísimo, la Ley que nos dio Moisés como herencia para la comunidad
de Jacob».
Jesús
ofrece a todos su agua, según el texto de Is 55,1: «¡Oíd, sedientos todos!, acudid
por agua, también los que no tenéis dinero». Pero, a diferencia de la otra
agua, bastará beber una vez para que la sed se calme para siempre, porque el
Espíritu quedará interiorizado en el hombre, como explica a continuación. Este
acto único del beber corresponde a la opción libre del hombre y al nuevo
nacimiento, que da la nueva vida. El esfuerzo no se pondrá en adquirir una
sabiduría interior ni una lenta perfección propia según la Ley, sino en la
tarea del amor a los otros.
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