Ante el
rechazo de Nicodemo, Jesús hace su segunda declaración, reforzando la primera y
explicándola al mismo tiempo: Pues sí, te lo aseguro) si uno no nace de agua
y Espíritu) no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Repite su afirmación
anterior sin concesión alguna, pero sustituye el adverbio de nuevo/de arriba
por otra expresión que lo explica: de agua y Espíritu. En adelante,
sin embargo, hablará solamente de «nacer del Espíritu», sin más mención del
agua.
Esta reducción,
unida al significado «de arriba», aclara el sentido de la expresión de agua
y Espíritu. Para entenderlo hay que tener en cuenta otros pasajes del
evangelio. En primer lugar, la presentación del Espíritu como «agua» fecundante, factor de vida, se
verifica en el episodio de la samaritana (4,10), al que aludiremos después. En
segundo lugar, la misma imagen se usa en 7,37-39, donde los ríos de agua viva/vivificante simbolizan el
Espíritu. Sobre todo y en particular en 19,34, donde se describe el efecto de
la lanzada que traspasó el costado de Jesús muerto en la cruz: Uno de los
soldados con una lanza le traspasó el costado y salió inmediatamente sangre
yagua. El hecho descrito por Juan tiene un significado simbólico. «La
sangre» derramada simboliza el amor por los hombres, que no ha cejado ni
siquiera ante la muerte; el agua simboliza el Espíritu, el amor que Jesús
comunica a los que le dan su adhesión. Amor manifestado (sangre) y amor comunicado
(agua).
Este
agua del Espíritu procede del Hombre levantado en alto (3,14s), baja de su
costado; de ahí la expresión «nacer de arriba», equivalente a «nacer de agua y
Espíritu» o de, un agua que es el Espíritu. El agua baja del costado de Jesús y
hace renacer al hombre.
Sólo
los que han experimentado ese cambio radical en la capacidad y disposición a
amar, los que poseen ese nuevo principio de vida son aptos para entrar en el
reino de Dios, para ser miembros de la sociedad alternativa. Para Nicodemo, había
que volver atrás, hacia el pasado, para entrar en el seno materno y volver a
nacer; entrar en un pasado y nacer en un presente sin horizonte ni porvenir. Para
Jesús no hay que volver atrás; lo primero es nacer, para entrar después en el futuro,
que es el Reino.
Nacer
de nuevo es una
metáfora del cambio radical que ha de verificarse en el hombre, la adquisición
de una nueva identidad, de una nueva vida. Es la condición para formar parte de
la nueva sociedad, para entrar en el espacio llamado «reino de Dios», en la
humanidad nueva. El amor crea la nueva relación humana. Nace así la sociedad nueva,
donde el orden y la organización no van de fuera adentro, sino de dentro
afuera. Ese «dentro» es la fuerza de amor, el Espíritu, que brota de Jesús y hace
presente la gloria/amor del Padre; es fuerza que brota del interior y se manifiesta
en la actividad.
En
síntesis: El hombre no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una
ley, sino por la capacidad de amar, que completa su ser. Sólo con hombres
dispuestos a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente
humana. Son hombres libres que rompen con el pasado para empezar de nuevo, no ya
encerrados en una tradición, nacionalidad o cultura. Su vida será la práctica
del amor, la entrega de sí mismos, con la universalidad con que Dios ama a la humanidad
entera. La Ley externa no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad
basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora e injusta.
Jesús
cambia radicalmente el planteamiento de Nicodemo. La sociedad humana
alternativa que él propone (“el reino de Dios”) no se formará por la imposición
de una Ley externa, sino por la creación de un hombre nuevo.
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